Las hay a montones: El francés (el idioma, por Dios). Los premios literarios. Britney Spears. La política de Gallardón y Gallardón mismo. El canon. El cristianismo. El cine norteamericano contemporáneo...
Para todos los gustos, edades, ideologías o inclinaciones. Las causas perdidas están a la orden del día. Todos, tarde o temprano, acabamos adheridos a una. O varias, dependiendo del tiempo libre del que dispongamos.
Mi morbosa fascinación por Eurovisión es un tema recurrente en este espacio. El festival internacional de la canción es una causa perdida: no tiene ningún fundamento, ningún objetivo, más allá del megalómano propósito de unir a los pueblos del viejo continente. Pero, aun así, año tras año, me convierto en un mero número de ese share alarmantemente decreciente.
Guille Milkyway. Ideógrafo y único accionista de La Casa Azul. Hace un año me habría flagelado por echarle un vistazo a la portada de uno de sus discos y mírame ahora. Lo amas por insertar letras sobre la ansiedad en arreglos extirpados de videojuegos ochenteros, luego él se pone a amar a Laura y te dan ganas de soltarle lo que le dijo Björk a Gondry:
Qué gilipollas eres, madre mía.
Resulta que este año la nunca bien ponderada Televisión Española ha decidido pasar de las votaciones vía SMS y organizar la elección de candidatos a representante cañí en el festival a través de un medio mucho menos democrático, el inefable myspace. A tamaña competición se podía presentar cualquiera que grabase una canción y un vídeo. A pesar de que en el invento han tomado parte personajes tan fascinantes como La Terremoto de Alcorcón (no me provocaba tanta simpatía alguien tan deliberadamente casposo desde el advenimiento de Chiquito de la Calzada), apuesto por la revolución sexual. No solo porque piense que es un jitazo (¿desde cuando hace falta uno para ganar Eurovisión?), sino porque el ritmillo machacón se presta a una coreografía peripatética. Milkyway y sus secuaces (si es que los lleva) tienen algo inherentemente ridículo, algo valorable si se tiene en cuenta el creciente porcentaje de freaks que acuden a la cita eurovisiva.
Queremos indie pop. Vale que los artistas que van de independientes son igual de censurables y vacuos que los demás pero al menos su principal influencia no es Luis Miguel. Y es que los triunfitos are still alive. No podemos permitir que nuestra juventud crezca con ese referente, no señor. Es mejor que se tome como modelo a alguien que se considera fan de Pizzicato five, Stereo Total, Augusto Algueró y despropósitos similares.
La participación en Eurovisión de un adalid del indie pop como es La Casa Azul es indefendible porque no hay nada más mainstream que la televisión y, por ende, este festival. Es una causa perdida. Y esa es mi especialidad. Voy a votar a La Casa Azul hasta que se me caigan los dedos. Ah, y por si no ha quedado claro antes por favor os pido que vosotros hagáis lo mismo.
Para todos los gustos, edades, ideologías o inclinaciones. Las causas perdidas están a la orden del día. Todos, tarde o temprano, acabamos adheridos a una. O varias, dependiendo del tiempo libre del que dispongamos.
Mi morbosa fascinación por Eurovisión es un tema recurrente en este espacio. El festival internacional de la canción es una causa perdida: no tiene ningún fundamento, ningún objetivo, más allá del megalómano propósito de unir a los pueblos del viejo continente. Pero, aun así, año tras año, me convierto en un mero número de ese share alarmantemente decreciente.
Guille Milkyway. Ideógrafo y único accionista de La Casa Azul. Hace un año me habría flagelado por echarle un vistazo a la portada de uno de sus discos y mírame ahora. Lo amas por insertar letras sobre la ansiedad en arreglos extirpados de videojuegos ochenteros, luego él se pone a amar a Laura y te dan ganas de soltarle lo que le dijo Björk a Gondry:
Qué gilipollas eres, madre mía.
Resulta que este año la nunca bien ponderada Televisión Española ha decidido pasar de las votaciones vía SMS y organizar la elección de candidatos a representante cañí en el festival a través de un medio mucho menos democrático, el inefable myspace. A tamaña competición se podía presentar cualquiera que grabase una canción y un vídeo. A pesar de que en el invento han tomado parte personajes tan fascinantes como La Terremoto de Alcorcón (no me provocaba tanta simpatía alguien tan deliberadamente casposo desde el advenimiento de Chiquito de la Calzada), apuesto por la revolución sexual. No solo porque piense que es un jitazo (¿desde cuando hace falta uno para ganar Eurovisión?), sino porque el ritmillo machacón se presta a una coreografía peripatética. Milkyway y sus secuaces (si es que los lleva) tienen algo inherentemente ridículo, algo valorable si se tiene en cuenta el creciente porcentaje de freaks que acuden a la cita eurovisiva.
Queremos indie pop. Vale que los artistas que van de independientes son igual de censurables y vacuos que los demás pero al menos su principal influencia no es Luis Miguel. Y es que los triunfitos are still alive. No podemos permitir que nuestra juventud crezca con ese referente, no señor. Es mejor que se tome como modelo a alguien que se considera fan de Pizzicato five, Stereo Total, Augusto Algueró y despropósitos similares.
La participación en Eurovisión de un adalid del indie pop como es La Casa Azul es indefendible porque no hay nada más mainstream que la televisión y, por ende, este festival. Es una causa perdida. Y esa es mi especialidad. Voy a votar a La Casa Azul hasta que se me caigan los dedos. Ah, y por si no ha quedado claro antes por favor os pido que vosotros hagáis lo mismo.