domingo, 25 de marzo de 2007

Todos contra Alphaville

Los cines Alphaville no me entusiasman. En ellos se percibe un ambiente gafapastoso demasiado acusado, incluso hasta para mí. Aunque después de su remozamiento, las salas disfrutan de una segunda juventud y, si te aburres durante la película, puedes echar una cabezadita en sus cómodas butacas. Es probable que la gente que desprecia las películas que se estrenan en este cine lo hagan con conocimiento de causa, porque resulta muy frustrante pagar 6 euros por una entrada para quedarte dormido. Para eso mejor te quedas en casa viendo 'Dolce Vita'.
Siempre que me pongo en la cola (los fines de semana incluso hay cola, qué país)se me pasa por la cabeza preguntar al resto de los presentes si saben por qué el cine se llama Alphaville. Es probable que alguien del público lo sepa. Ah, sí, ahí hay uno que levanta la mano tímidamente. El cine se llama así por esa vieja película de Jean Luc Godard que se estrenó en España con el nombre de 'Lemmy contra Alphaville' y que protagonizaban el actor y cantante Eddie Constantine y la bellísima Anna Karina.



Godard, Godard. Incluso los cinéfilos de pro se permiten detestar a Godard a veces. Lo encuentran (encontramos) demasiado "moderno". Es parecido a detestar a Proust, a veces no puedes evitarlo, su prosa es tan afectada que a mitad del camino de Swann te dan ganas de tirar el libro por la ventana. Pero 'En busca del tiempo perdido' tiene ya casi un siglo de existencia y continúa ganando adeptos.
Por ese mismo motivo pienso que, a medida que el tiempo transcurra, más cinéfilos de pro contemplarán las inquietantes imágenes de Alphaville y se sentirán fascinados por su cruda belleza, por la fotografía expresionista de Raoul Coutard o por la dramática música de Paul Misraki.
Alphaville es una película de ciencia ficción que transcurre en la ciudad del mismo nombre, puede que radicada en el continente europeo. O puede que no. En este lugar, al que viaja desde EEUU un misterioso periodista llamado Ivan Johnson, los ciudadanos se comportan como marionetas que bailan al son que les marca una tétrica computadora llamada Alpha 60. En realidad Ivan Johnson es el espía Lemmy Caution, que tiene la misión de acabar con la malvada y filosófica computadora (¿un precedente de la Hal de '2001'?) y con la ciudad de paso si es necesario. En Alphaville cada día desaparecen unas cuantas palabras del diccionario, palabras tan imprescindibles como "poesía", y sus habitantes no parecen notar esta ausencia. No queda en ellos un atisbo de humanidad.
Lo más extraño de la cinta es que parece transcurrir en la actualidad, en el París de los años 60 o en el Madrid del siglo XXI. Alphaville, como el resto de las primeras obras de Godard, es un pastiche que mezcla con brío el futurismo, el cine negro, el melodrama o el thriller. No hay efectos especiales. No hay acción. Sólo personajes hablando, largos planos-secuencia o montajes muy ágiles, pero en los que no parece que pase nada. Aunque me atrevería a decir que la unánimemente aclamada 'Blade Runner' se inspira (por no acudir a otro verbo más grave) en esta historia. Sólo hay que observar el final de ambas cintas con detenimiento para darse cuenta de que de seguro Ridley Scott había visto varias veces la película de Godard y que sus replicantes pasarían desapercibidos en el terrible futuro godardiano.
Godard ha envejecido bien porque era un adelantado a su tiempo, más o menos como Proust. Sus últimas películas son aún más incomprensibles que esta y ya casi nadie acude a verlas. Yo no lo hago (esto no quiere decir nada). Pero quizá dentro de unas décadas nos asombremos al descubrir que su modernidad permanece intacta o, incluso, que crece paulatinamente.
O puede que no. Puede que dentro de un tiempo no quede nadie que recuerde por qué los cines Alphaville se llaman así. Puede que los cinéfilos de pro a los que les entusiasma el primer Godard vayan desapareciendo uno a uno, como las palabras en el diccionario de Alphaville. Y es posible que sea mejor así.

miércoles, 21 de marzo de 2007

I want to be like Grace Kelly!!!

De vez en cuando me engancho a algún grupo o algún cantante. ¡Ojo! a veces ni siquiera son buenos, sólo me hipnotizan las melodías o los estribillos y a partir de ahí no puedo parar. Me sucedió con Los Elefantes (ahora ya separadísimos) cuando estaba en la carrera, Muse cuando Luisru me regaló su segundo cd, Moloko con su ritmo machacón y ahora me ha pasado con Mika. Mika es un cantante con pintas de hortera pero que transmite buen rollo, por lo menos a mí... Se quiere parecer a Grace Kelly pero en realidad se asemeja de forma un tanto preocupante a Isaac Mendes de nuestros adorados Héroes o también podemos encontrarle cierto parecido con Fidel (el actor Eduardo Reina) de Aida con unos años de más. Ha sacado disco en febrero "Life in Cartoon Motion" y según parece "Grace Kelly" ya es un jitazo mundial según la BBC y el festival de San Remo al que ha acudido en su última edición!!!! Y al loro con la presentadora malota con tatuaje de brazaleta incluido...


Viva el horterismo!!!

Luisru me dice que se parece a Rufus Wainwright pero a mí la verdad me recuerda más a Scissors Sisters, Beck (aunque me aburra) y a Freddie Mercury cuando canta "Relax. Take it Easy". Con Rufus me vuelvo melancólica y con el beirutí Mika me dan ganas de ponerme encima de un colchón a saltar. Pues eso que os guste. Ciao!!!



I love your trousers!!!!

miércoles, 14 de marzo de 2007

Héroe una vez héroe siempre (o no)

La gripe hace que hagamos cosas que normalmente no hacemos. Por ejemplo, no ir a trabajar y quedarnos en la cama. El problema se revela cuando a uno le baja la fiebre y tiene que seguir en la cama aburriéndose como una ostra pero la cabeza le da aun demasiadas vueltas como para ponerse a leer un libro o ver una película (excepto una de Bruce Willis o de Jennifer Aniston, pero no son mi estilo). ¿Qué hacer entonces? Ver la tele, claro: es la actividad más pasiva que conozco si descontamos mirar fijamente el estucado de la pared.
¡Ah! Pero es que ahora ya no hace falta ver la tele, al menos de la forma en la que la veíamos antes. Ahora tenemos el youtube. Vale, hay que buscar los videos y tal, pero teniendo dos hermanos pequeños a los que puedes chantajear emocionalmente alegando que estás muy enfermo para que te hagan el trabajo sucio, unas breves indicaciones bastarán para conseguir lo que desees. También tienes que pensar, pero muy poco.
Así que el otro día mis hermanos y yo nos dedicamos a rebuscar en el pasado de los actores de 'Héroes'. ¿Por qué nos decantamos por este tema? Pues porque yo aun tenía unas décimas de fiebre.
Claro que de algunos ya sabíamos antes de que obtuviesen sus superpoderes. Por ejemplo, Peter Petrelli fue novio de Rory en un par de temporadas de 'Las chicas Gilmore', Niki/Jessica intentó hacer carrera cinematográfica, interviniendo en algunas películas, ejem, no demasiado escogidas, como 'House on haunted hill' o 'Destino final', y Matt Parkman aparecía en un capítulo de 'House MD' (por cierto, pobre House, qué mal lo está pasando por culpa de David Morse).
Pero rebuscando entre los millones de videos del youtube, uno puede enterarse de que Hiro Nakamura casi acaba pisoteado por Godzilla en una peli de Austin Powers; que Ando tiene problemas para enseñar a montar en bici a su hijo; que la esposa de Nathan Petrelli salía en 'Melrose Place' (cuando ya no la veía ni yo) o que la malograda Eden me sonaba de intervenir en 'Everwood' (serie que he visto alguna vez).
Pero lo que más me ha impactado ha sido el pasado de Claire Bennet, la animadora invulnerable favorita de América.



Coincido con Cayetana Altovoltaje, al final la porrista se ha convertido en mi personaje favorito de la serie, incluso por encima de Hiro y de Peter (que cada vez mola más porque enloquece paulatinamente y, al final, estará más colgado que Sylar). Me recuerda taaanto a Kitty Pryde que no puedo evitar sentir una enorme ternura hacia ella. La pobre no quiere ser una heroína, solo quiere ser popular y aprobar el curso, pero para eso sus huesos no tendrían que reconstruirse al instante de romperse.
Todos tenemos un pasado y el de Hayden Panettiere (el verdadero nombre de Claire) pasa por la factoría Disney, donde protagonizó una serie de estupendásticas películas dirigidas al público de su canal de televisión.



Pero ¡oh sorpresa!, además de actuar también sabe cantar y encima, lo hace. Dios santo, esta chica es un tesoro nacional. Y encima solo tiene 17 añitos. Lo más curioso de todo es que en esa película (que no puedo esperar a ver) titulada 'Tiger Cruise', en la que encarna a la hija de un piloto del ejército, canta un canción llamada 'My hero is you'. Premonitorio, ¿no? Ahora, tú eres nuestro héroe, Claire. Pero por favor, no te dediques a la música.

domingo, 11 de marzo de 2007

Je me souviens...

Hace poco he leído 'Me acuerdo', de Georges Perec. Citado generalmente como 'Je me souviens', es un libro de culto que hasta el momento no había sido traducido a nuestro idioma, ya que es difícil adaptar a otra lengua los continuos juegos de palabras de este formidable escritor francés, así como intentar explicar muchas de las imágenes a las que se refiere, pues están tan íntimamente ligadas a un país y una época que su comprensión puede antojársenos casi imposible. Pero la filóloga Yolanda Morató se ha atrevido y para mí que el resultado es el mejor de los posibles. Morató se ha basado asimismo en una edición comentada de titulada 'Je me souviens de je me souviens', de Roland Brasseur, en la que se explican algunas de las viñetas más crípticas.
Conocí de su existencia gracias a un artículo de Juan Bonilla que encontré de casualidad en San Google, aunque creo que ya había leído 'Las cosas' y puede que incluso 'La vida instrucciones de uso', que se ha convertido en una de mis novelas de cabecera.
El libro es una especie de autobiografía sentimental redactada de la forma más simple posible, un puñado de frases que recobran otros tantos recuerdos, pero no recuerdos personales, más bien alusiones a escenarios o personajes sin ningún tipo de valoración o explicación. Por ejemplo, 'Me acuerdo de la Nouvelle vague' o 'Me acuerdo de que Alain Delon era charcutero (¿o era ayudante de carnicero?) en Montrouge'.
Perec se propuso, según sus propias palabras "intentar sacar a la luz un recuerdo casi olvidado, no esencial, banal, común, si no a todos, por lo menos a muchos." También señaló que estos fragmentos desordenados de memoria pertenecen a la época en la que contaba entre 10 y 25 años, esto es: el fin de la infancia, la adolescencia y la primera juventud. Justo cuando se acaba la juventud, el ser humano parece sentir la necesidad de recordar.

Je me souviens


Yo no tengo mucho más de 25 años, pero ya he sentido esta necesidad: he empezado a recordar. Uno de esos recuerdos comunes, quizá banales, el tiempo lo dirá porque aun ha pasado demasiado poco (aunque supongo que no lo es en absoluto), pertenece al 11 de marzo de 2004.
De aquel día me acuerdo de desayunar frente al televisor; me acuerdo de ver una columna de humo que salía de la cúpula de la estación de Atocha; me acuerdo de un súbito horror que parecía extenderse desde la televisión hacia el resto de los muebles de la casa, como una infección contagiosa e imparable; me acuerdo de llamar a mi madre una y otra vez, sin conseguir hablar con ella debido a que todo el mundo llamaba a todo el mundo en aquel momento; me acuerdo de su voz llorosa al responderme al fin, explicando que se encontraba en la parada del autobús de la superficie de la estación cuando notó como el suelo temblaba; me acuerdo de que aquel día ya no fui a clase; me acuerdo de que algo en mí me decía que nadie iría a clase aquel día; me acuerdo de que fui a trabajar aquella tarde de forma casi mecánica; me acuerdo de que todo el mundo en el metro parecía cabizbajo y afligido; me acuerdo de intentar leer un libro con escaso éxito, ya no recuerdo qué libro; me acuerdo de que hubo poco trabajo aquel día; me acuerdo de unas ganas insoportables de llorar por la noche noche, como si el sol, al ocultarse, se hubiese llevado consigo las escasas fuerzas que me quedaban; me acuerdo del día siguiente, que era viernes; me acuerdo de la columna de Juanjo Millás, que se titulaba 'Antigüedades' y que hizo que se me saltaran las lágrimas (la leo ahora de nuevo y me parece que se ha quedado desfasada); me acuerdo de la lluvia aquella tarde; me acuerdo de mucha gente en la glorieta de Carlos V; me acuerdo del invernadero que hay dentro de la estación, pero no recuerdo por qué fui allí (o no quiero acordarme); me acuerdo de una tristeza que me parecía casi infinita y que con los días se fue disipando...
Han pasado tres años desde entonces y hoy han inaugurado un monumento. Este radiante domingo he tenido la sensación de que algunas cosas han cambiado para siempre desde aquel día pero la mayoría, no. Y no sé cual de las dos opciones me pone más triste.

jueves, 8 de marzo de 2007

Una verdad incómoda o La soledad hace la fuerza

En ocasiones pensamos que ahora somos más libres que en otras épocas y que podemos decir cosas que antes no hubiesen podido decirse. Pero ahora no decimos algunas cosas no porque no puedan decirse, sino porque nos resultan incómodas. La audacia no es nuestro fuerte.
Pero en el género humano siempre ha habido especimenes adelantados a su tiempo, como es el caso del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, que se atrevió a decir en el siglo XIX cosas que nosotros ahora preferimos callarnos, como que el mundo está hecho a la medida de los hombres y las mujeres no podrán adaptarse a él hasta que no varíen las reglas del juego.
Ibsen estrenó en 1882 un drama titulado 'Un enemigo del pueblo' en el que hablaba de un tema controvertido: este, el de las verdades que no nos gusta oir.
Como obra de teatro adelantada a su tiempo, se sigue representando en la actualidad (estos días, en el nuevo y flamante teatro Valle-Inclán de Madrid) y sigue estando dolorosamente vigente.
'Un enemigo del pueblo' es la historia de un hombre, el Doctor Stockmann, que descubre que el balneario que sustenta a su ciudad natal está lleno de aguas envenenadas. Orgulloso de su descubrimiento, decide compartirlo con sus conciudadanos, pero estos no solo no le escuchan, sino que le condenan por arrojarles a la cara esta incómoda verdad: el populacho es una masa apenas racional que se deja dirigir por cualquier orador de tres al cuarto.

enemigo

Cuando uno ve la obra puede pensar fácilmente "Es cierto, el pueblo es un atajo de borregos, pero yo estoy por encima de eso". Craso error, TODOS somos el pueblo y TODOS hemos querido confundirnos alguna vez entre esa multitud tan propensa a los linchamientos. Pero no nos gusta sentirnos incluidos en ella porque pone de manifiesto que las diferencias que nos separan de ella son ínfimas comparadas con las similitudes.
Ibsen ataca frontalmente a la democracia, ese sistema de gobierno que aclamamos como la panacea, aunque no lo sea: el problema es que en democracia el pueblo ejerce la soberanía, un pueblo compuesto por hombres y mujeres estúpidos, irreflexivos, violentos, mediocres, y lo peor de todo, que no son (somos) conscientes de ninguno de estos defectos.
Ibsen no propone una alternativa para la democracia porque seguramente no se le ocurre ninguna, bastante mérito tiene ya darse cuenta de que algo no marcha bien en cuanto a nuestros gobernantes, a los que tendemos a echarles la culpa de los males que nos azotan cuando se supone que nosotros somos los que mandamos. ¿No seremos asimismo parte del problema?
Siempre se nos ha vendido la democracia como el menos malo de los sistemas de gobierno, pero no por eso debemos considerarla infalible. Claro que esto es algo que muy poca gente se atreve a decir. Nos callamos y, si la idea cruza nuestra cabeza, intentamos desecharla lo más rápido posible porque también está muy mal que el pueblo no pueda decidir su suerte. Por eso, alguien tiene que gritarnos aquellas cosas que no nos gusta oir. Como al doctor Stockmann, nosotros les despreciamos, arropados por otros miles que piensan como nosotros, convencidos de que las ideas más extendidas siempre son las mejores. Pero unos pocos saben que no es así, como sentencia Ibsen al final de la historia, “El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo”.

domingo, 4 de marzo de 2007

La mejor película española de la década

Aviso: Por favor, si no has visto 'Pequeña Miss Sunshine', por favor, no sigas leyendo.

Ocurre raras veces, aproximadamente una vez al año. Vas al cine a ver una película sin demasiada convicción y cuando sales te sientes completamente distinto: tienes las mejillas arreboladas, los ojos cubiertos por una fina película líquida y algo similar a la euforia baila en tu estómago.
Antes me sentía así más a menudo. Ahora casi es mejor, pues al ser menos frecuente, esta sensación se disfruta mucho más. El lado malo es que, cuando te pasa, sabes que no se repetirá antes de un año.
Este año ya se ha cubierto la cuota: 'Pequeña Miss Sunshine'.
La película llevaba meses en cartel y se estaba convirtiendo en uno de esos éxitos boca-oreja. Supongo que todos nos dejamos influenciar por la publicidad, por mucho que lo neguemos, y las decenas de premios que ha ganado han funcionado como un reclamo estupendo. De no haber aguantado tanto en los cines, seguramente la hubiese visto en dvd o ni eso.
Pero después de los Oscars pensé por qué no, por lo menos le ha quitado la estatuilla al inefable Eddie Murphy, lo cual hace que ya se haya ganado mi simpatía.
El cine independiente norteamericano suele estar tan trufado de tópicos como el mainstream. Los tópicos no me parecen mal, como dicen Astrud, la originalidad está sobrevalorada, pero hay que saber aprovecharlos. Esta cinta lo hace maravillosamente. Los protagonistas son un puñado de personajes estilizados que conocemos de sobra: el adolescente arisco, el homosexual torturado, la madre de familia agobiada, el perdedor obsesionado con el triunfo, el abuelo heroinómano (bueno, este es menos común). Lo que hace a esta historia superior a la media es el hecho de meterlos a todos en una camioneta amarilla en la que recorren varios estados para participar en un absurdo concurso de belleza en el que han inscrito a una niña gafotas y barrigona.
He visto pocas películas donde los actores estén tan compenetrados entre sí, donde parezcan moverse por la pantalla como en una coreografía, sin sobresalir unos sobre otros pero estando en todo momento magníficos. Suele ocurrir en las películas de Robert Altman y poco más. Supongo que será mérito de los directores el hacer que los intérpretes se muestren muestren aire de verdadera familia.
'Pequeña Miss Sunshine' es una comedia negra. Se ríe del sexo, de la muerte, de los convencionalismos, de las clases sociales y no lo hace siempre de manera elegante. No acierto a comprender por qué ha tenido tanto éxito en EEUU, donde todo es tan políticamente correcto, pero sí entiendo su éxito por estos lares: posee un humor muy español, un humor que me atrevería a calificar de Berlanguiano. No sé si los directores habrán visto 'El verdugo' o 'Plácido', pero su ironía se aproxima a la de nuestro mejor director. Es un humor siniestro, te ríes e inmediatamente después piensas "pero si esto es terrible, de qué me estoy riendo".


Jugando a las sillas con Ellen DeGeneres.

Porque, si lo sacas de contexto, no es muy divertido robar el cadver de tu abuelo del hospital y meterlo en el maletero, sobornar a un policía con revistas porno (encima involuntariamente) o que el talento de tu hija de 7 años consista en desnudarse mientras realiza movimientos obscenos (una de secuencias más divertidas y tiernas que he visto en mucho tiempo).
Por supuesto, además de los chascarrillos, la película tiene mensaje, también un tanto sobado, ese "acéptate a ti mismo aunque seas un freak, un perdedor o un vicioso". Pero, cuando te das cuenta de cual es el mensaje, esa familia disfuncional ya te ha robado el corazón y nada más importa, solo que sea un poco más feliz al salir del concurso. Todos seguirán siendo unos perdedores, pero habrán aprendido a poner juntos en marcha su furgoneta.
Olive, la niña barrigona (¿alguien puede explicarme por qué le han dado el Oscar a Chenoa en vez de a Abigail Breslin?), no ganará jamás un concurso de belleza ni de popularidad, pero no creo que le importe demasiado ya. Como dice su tío Frank, el mayor experto en Proust de los Estados Unidos, al final de la película, "creo que podremos vivir con eso". Y nosotros, si queremos vivir un poco mejor, a partir de ahora los tenemos a ellos.