jueves, 26 de julio de 2007

Alan Davis: ¿el fin?

Otra de esas cosas a las que tengo adicción es a los cómics de Alan Davis. Sorprendentemente, no hemos tenido que esperar casi un año para ver publicada por estos lares la última obra de este genial artista inglés, la miniserie 'Los 4 fantásticos: el fin'.
Panini ha decidido hacerla aparecer apenas un par de meses después de terminar en los EEUU.
Desconozco el motivo, pero espero que ocurra más a menudo. A lo mejor así impiden que ya prácticamente conozcamos los comics de memoria cuando los compramos. Bendita internet.
Alan Davis sigue siendo mi guionista y/o dibujante favorito, al menos en lo que se refiere a los superhéroes. Aunque, como me ha pasado con Millás, he de reconocer que está en baja forma. No sé si será la edad pero empieza a repetirse. ¿Me pasará a mí lo mismo? ¿Dejaré de escribir estos posts tan interesantes?
Durante su estancia en DC Comics, hace ya unos años, Davis realizó una serie de historias ambientadas en universos alternativos en los que usaba a personajes clásicos de la editorial metiéndolos en unos fregados de aupa, echando mano asimismo de la ciencia ficción más añeja para ambientar el asunto y explotando a conciencia su don para dibujar más tipos disfrazados por viñeta que nadie (con permiso de George Perez).

JLA: El clavo

Algo así era JLA: El Clavo (para mí, uno de sus mejores trabajos, un sencillo y bello homenaje a la edad de oro de los comics ejecutado en un estilo inimitable). Algo así también fue su secuela, JLA: Otro clavo, una segunda parte redundante e innecesaria, a pesar del fantabuloso apartado gráfico, que se limitaba a atar los cabos sueltos de su predecesora. Y algo así era 'Superboy y la legión de Superhéroes', en la que le cedió los guiones a su entintador habitual, Mrk Farmer, para narrar una historia entretenida y sin demasiadas pretensiones.
Esta preferencia por los personajes y situaciones clásicos y la ciencia ficción se vuelve a percibir en su último trabajo para Marvel.

Fantastic four the end 5

'Los cuatro fantásticos: el fin' narra algo así como el fin de la familia superheróica por excelencia. Algo así porque no es el fin per se. Alan Davis o cualquier advenedizo podría perpetrar sin demasiado esfuerzo 'Los cuatro fantásticos: el fin 2'. Cosas más raras se han visto.
La estructura de la historia también es similar a la de sus anteriores obras: la acción va siguiendo a distintos personajes hasta que todos confluyen en un punto de la historia en el que, predeciblemente, deben salvar el mundo, o el universo, o el multiverso, o... En fin, ya me entendéis. Pero en esta serie, de argumento un tanto confuso (a mí me sacan de los disturbios antimutantes y me pierdo), el mundo lo acaban salvando los secundarios mientras Sue, Reed, Johnny y Ben se ven envueltos en una trama demasiado artificosa y algo sensiblera, en la que deben rescatar a los benjamines del grupo de un aciago destino que les tiene reservado su archienemigo, el Doctor Muerte.
El final es un tanto absurdo para una serie con este nombre: (ATENCIÓN, SPOILER A CONTINUACIÓN) Los 4F acaban reuniéndose de nuevo.

Fantastic four the end 3

Pero, todo hay que decirlo, esta serie tiene su parte buena. Aunque suene a ya leída, engancha desde la primera página, hay continuos homenajes a las etapas en la colección de Lee-Kirby y John Byrne (las mejores, aunque no las únicas, dicho sea de paso), uno no puede dejar de sentirse fascinado por el (posible) futuro que espera a los personajes (La Cosa casado con Alicia Masters viviendo en Marte, La Antorcha Humana liderando a Los Vengadores y los dibujos son espectaculares.
Por todo ello, 'Los cuatro fantásticos: el fin' deja un regusto agridulce. Por un lado, Alan Davis sigue demostrando que sus dibujos son sin duda de lo mejorcito que podemos encontrar en los superhéroes actuales. Pero, por otro, sus ideas parecen agotarse y para construir sus historias echa mano de los mismos recursos una y otra vez.
Ahora solo queda esperar a que retornen los Destine, donde quizá nos entregue un cómic más original o sorprendente. Y si no, que importa. Al menos, conoceremos a Vincent.

sábado, 21 de julio de 2007

Me gusta la basura

"En serio, es malísima. Ya sabéis, un petardo, basura, de esas películas que te joden. ¿Entendéis?"
Elvira, la chica de vanguardia que tiene retaguardia.

Ayer estaba viendo los videos de Jessica Simpson que había colgado Palomares en el último post de El sabor del cerdo agridulce. Y entonces lo descubrí. Ya lo sabía. En mi fuero interno, conocía el proceso desde que se inició, pues no ha sido algo que ocurriese de un día para otro.
Me gusta leer el cerdo agridulce y Las peluqueras me odian no solo porque Cayetana Altovoltaje y Txiqui sean majetes, sino porque creo que tenemos un sentido del humor similar y todos nos sentimos fascinados por lo friki y lo hortera. Pero ellos no tienen la culpa de lo que me ha sucedido. Aunque es probable que a ellos les haya pasado lo mismo que a mí. Y es me gusta la mierda.
La gran revelación se produjo a mitad de la canción 'Public affair', de la anteriormente citada cantante norteamericana. Yo ya había visto este videoclip hace casi un par de años, cuando visité una página dedicada a 'Mujeres desesperadas' en busca de los elinks correspondientes a los capítulos de la primera temporada (hortera que es uno). Allí me topé con este impresionante documento, que había sido colgado con la excusa de que en él aparecía Eva Longoria. Tanto la canción como las imágenes que lo acompañaban me parecieron una puta mierda. Es más, yo diría que me parecieron una puta mierda como un piano. Nunca más me acordé de él. Hasta ayer.



Cuando vi a aquellas tías buenas en patines acompañadas de Martin Short (actor que ha aparecido en, por ejemplo, Mars Attacks, y al que no sé qué se la ha perdido aquí) haciendo el payaso, no pude evitar esbozar una sonrisa al principio y descojonarme al final. Y lo peor es que hasta me pareció que la canción no estaba mal del todo.
¿Qué me ha ocurrido? Quizás no sea nada malo, es posible que Rosa Belmonte tenga razón: la basura fresca apesta, pero cuando el olor se disipa se puede aprovechar lo que queda al menos para echarse unas risas.
No es que me vaya a apuntar al club de fans de la Simpson, pero quizá lleve 'Public affair' en mi mp3 durante un par de días.
Cuando estrenaron 'Elvira mistress of the dark' seguramente nadie fue a verla. Y los pocos que la vieron no entendieron su objetivo: reírse de la basura desde la basura. Una de las cosas de las que más me gusta reírme es de la basura. Y lo hago con conocimiento de causa. ¿Es este blog una basura? Como me pertenece, no percibo el olor. Pero si lo es dentro de unos años, puede convertirse en un clásico de la blogosfera. Como Elvira. Y quien niegue a Elvira la condición de clásico es porque no se ha olido a conciencia.

lunes, 16 de julio de 2007

Los veranos de la villa: Summercase 07

Malditos policias boadilleros. Le estamos pagando una pasta a su ayuntamiento y no nos dejan ni poner nuestro culo en su cesped.
Anita en el Summercase 07

Aunque es algo secundario al hablar del Summercase, donde lo importante son los conciertos, no puedo evitar remarcar la pésima idea de los organizadores del festival de montarlo en un peladero de chivos próximo a Boadilla del Monte. Y digo yo, ¿no habrá un páramo desolado más próximo a Madrid capital? ¿Por qué en Barcelona el festival se celebra dentro de la ciudad y aquí no? Luego dicen que Madrid es la capital de España.
Y ahora, obviando el peregrinaje en buses abarrotados y todo el polvo que tragamos, hablemos de música, que es el motivo que nos llevó hasta allí.
Esto de los macrofestivales veraniegos es un tanto absurdo, ya que con cuatro escenarios y bandas interesantes o fantabulosas en cada uno de ellos, al final te acabas perdiendo alguna. Aunque como compensación, puede que acabes descubriendo a alguna que te entusiasme.
Del primer grupo, me perdí a los Flaming Lips, !!! o PJ Harvey, que se pisaba con Phoenix, aunque no me arrepentí: el de la banda francesa fue, en mi humilde opinión, el mejor directo de lo que vi del festival: un sonido espectacular, inconcebible en sus discos de estudio.



Tampoco pude ver completos los conciertos de Arcade Fire, ya que era de los cuatro gatos que se quedaron viendo a los Astrud, y de Dragonette, una estupenda banda canadiense a la que descubrí gracias a las vergüenzas de Tierra 616 y que comenzó a tocar 10 minutos antes de que lo hiciera Jarvis Cocker. Al menos me dio tiempo a saltar frenéticamente al ritmo de ese jitazo llamado 'Take it like a man'.




Jarvis se lleva la medalla de plata al mejor recital. Como bien señaló Anita, el intérprete británico pertenece a esa raza en vías de extinción de los cantantes-diva, un artista que, con solo subirse al escenario, ya se te ha ganado. Pensaba que en directo haría menos payasadas que en sus videos. Me alegro de haberme equivocado, no así de que no tocase ningún viejo éxito de Pulp, snif.



Nadie entendió por qué Jarvis actuaba en una carpa mientras los plastas de James lo hacían en uno de los escenarios principales. Tampoco entiendo por qué tan poca gente se quedó a ver a los Astrud. Vale que era la primera actuación de Arcade Fire en Madrid (y que conste que los canadienses son geniales), pero el concierto de Manolo y Genis fue el más divertido de cuantos presencié: un tipo completamente estático escondido detrás de un micrófono y otro ataviado con unos zapatos de tacón y una camisa de flores sobre el escenario mientras el público baila enloquecido al ritmo de "sí señor efectos especiales". Realmente chanante.
Al menos Genis nos dio las gracias por quedarnos (pero no tocaron ni 'Los otakus' ni 'Acordarnos', ni siquiera 'Hay un hombre en España'...).



En la segunda categoría, la de los descubrimientos, los Soulsavers, con esa voz aguardentosa de Mark Lanegan como estrella invitada, un tipo que se me antoja un cruce entre Tom Waits y Nick Cave. El grupo se despidió con una sublime versión del clásico de Hazelwood-Sinatra 'Some velvet morning', lo que hizo que automáticamente les hiciera un rincón en mi corazoncito. No estuvo nada mal lo poco que oí de Badly Drawn Boy y fue bastante divertido (aunque me avergüence reconocelo) el show de Lily Allen, fumando y bebiendo (sería una pose, pero me gustó que cantara 'Heart of glass' de los Blondie). También me agradaron otros grupos a los que hasta el momento no había prestado demasiada atención como Sunday Drivers, Editors...



... O The Gossip. Su vocalista y lider, la oronda Beth Ditto, ha sido nombrada "la persona viva más cool del rock & roll", signifique lo que signifique eso. Lo cierto es que canta estupendamente, como una extraña y fascinante mezcla entre Siouxie y Aretha Franklin, aunque sus modales no sean muy refinados (dedicó un sonoro eructo a los asistentes).



Como fin de fiesta, prácticamente todos los que quedaban en pie acudieron a ver a los Scissor Sisters. Su cantante femenina, la sin par Ana Matronic, se merece el título de Personaje del festival. Esta versión norteamericana de nuestra Alaska solo necesitaba contonearse sobre el escenario y soltar cuatro chorradas para encandilar al respetable, mientras su compañero Jake Shears tuvo que desnudarse y trepar por las tramoyas para ponerse a la altura. Puede que no sean la banda más cool del planeta (tampoco se lo creían), pero a las 4 de la mañana la mayoría sólo deseabamos un poco de pop bailable y poco trascendente, por si alguien empezaba a tomarse demasiado en serio el asunto. Porque esto del pop, por mucho que nos empeñemos, no puede (ni debe) ser tomado en serio.

martes, 10 de julio de 2007

Takeshis



Hay gente que tiende a juzgar las películas por la verosimilitud de sus argumentos. Esas personas deben abstenerse de ver 'Takeshis', la última obra del realizador japonés Takeshi Kitano. No es que 'Takeshis' no tenga un argumento plausible. Es que no tiene nada parecido a un argumento. Ni falta que le hace.
No es que yo sea un seguidor acérrimo de este director ni del cine nipón contemporáneo. El trabajo que más me gusta de Kitano es 'Humor amarillo', donde, a poco que te fijes, podrás encontrar muchas de las constantes de las películas que le han llevado a ser aclamado por la crítica festivalera de todo el mundo: violencia gratuita, humor absurdo, frikis disfrazados, organizaciones criminales, jovencitas morbosas, etc.
'Takeshis' viene a ser como un resumen de su obra anterior, en la que se revisitan personajes y situaciones ya vistos, pero al mismo tiempo, un paso adelante. Esta cinta es un ejercicio de estilo en el que Kitano se salta a la torera las convenciones narrativas que se le suponen al cine de ficción para presentar una sucesión de secuencias de escaso sentido, un pastiche posmoderno en el que se alternan sin orden ni concierto una infinidad de géneros, desde el terror psicológico hasta el musical más zafio y hortera.
Me encantan los pastiches, esa mezcla de lo sublime con lo delirante, de la basura con la joya. No sé si son un producto de la posmodernidad y si la posmodernidad es un concepto que existe por los pastiches, pero no me importa. A veces, uno no desea que le cuenten una buena historia, simplemente quiere secuencias que no revelen su sentido instantáneamente y a las que haya que dar vueltas en la cabeza cuando la película acaba. Y que, después de reflexionarse a conciencia, no tengan sentido.
Es cierto que a ratos uno puede sentirse estafado por Kitano y pensar que esta película es el capricho de un cineasta que puede hacer lo que quiera y se limita a rodar sus paranoias y coñas privadas, de las que no entendemos ni podemos pretender entender nada. Pero si uno se deja llevar simplemente por sus imágenes, por esa sencilla pero a la vez intrincada puesta en escena, por ese circular recorrido por los mismos personajes estrambóticos y situaciones grotescas, por ese gesto duro y triste del protagonista, por su patética dualidad, puede acabar disfrutando.
No en vano comparada con '8 y medio', del maestro Fellini, 'Takeshis' puede interpretarse con la frase que pronuncia Marcello Mastroiani en uno de los diálogos más intensos (y absurdos) de la película, al pie del esqueleto de una nave espacial, algo así como: "solo quería hacer una película que pudiese ayudar a la gente, una película para enterrar todo lo malo...".
Kitano ha rodado una película (que ha tardado 2 años en estrenarse en nuestro país, para que vean la suerte que se les depara a las Magnas Obras Cinematográficas) que, si no lo consigue, intenta al menos enterrar todo lo que es mediocre y convencional en el cine, e intenta ayudarnos a percibir que las películas pueden (y deben) ser algo más que un relato lineal: un glorioso espectáculo en el que la escenografía, el montaje y la música manden al argumento a paseo. En definitiva, poesía visual, séptimo arte en estado puro.

domingo, 8 de julio de 2007

El Madrid de Millás

A medida que transcurría la reunión, Julio iba viendo dentro de su cabeza la vivienda de la anciana, en la que, debido a los últimos acontecimientos, apenas había podido pensar. Tenía una gran facilidad para construir espacios físicos capaces de representar espacios mentales y eso era lo que más apreciaban de él los directores de cine. Y lo que le pedían. Si cuando trabajaba para la vida real se limitaba a acondicionar espacios preexistentes, cuando lo hacía para el cine le permitían crear esos espacios, como un arquitecto, y él era un excelente arquitecto de lo falso. Arrullado por las voces de quienes participaban en la reunión, imaginó una casa algo antigua en la que el salón estuviera separado del hall de entrada por un arco de escayola en el que en otro tiempo hubo una cortina. La cortina había desaparecido, pero no la barra de latón sobre la que se había deslizado. De ese salón, al que dotaría de una imperfección arquitectónica que sólo pudiera ser percibida por la conciencia del espectador, pero no por su ojo, arrancarían dos pasillos casi paralelos, uno que condujera a la cocina, en la que habría a su vez dos puertas que comunicarían con un aseo y una despensa (la despensa sería un poco más grande que el aseo), además de una habitación de servicio, y otro con forma de vesícula que desembocaría en el baño principal y la habitación de la anciana. Había comprobado en un trabajo reciente, para otra película, que dos pasillos cortos resultaban más inquietantes que uno largo. La cajera tendría que decidir cúal investiga primero, como cuando el personaje de un cuento de hadas, en medio del bosque, ha de elegir entre dos senderos diferentes. Además, mientrás permaneciera en uno de los pasillos buscando algo de valor, el otro constituiría una amenaza paralela.

Terminada la lectura de 'Laura y Julio', la última novela de Juan José Millás, no voy a juzgar si está a la altura del resto de las obras del autor. Simplemente recalcaría que Juanjo comienza a repetirse. O la reiteración se ha vuelto demasiado acusada. Ya hemos leído la historia que aquí se narra; ya hemos conocido a similares personajes (o puede que incluso a los mismos con otros nombres); ya hemos experimentado situaciones similares, alcanzado parecidas reflexiones, obtenido ideas semejantes; en definitiva, nada nuevo. O sí.
Millás es un escritor que ha ido puliendo su estilo hasta lograr una prosa característica fácilmente identificable. Y eso es a la vez algo bueno y algo malo. Algo bueno, porque hay poquísimos escritores que puedan presumir de algo así. Y algo malo, porque algunos de ellos (como señalaba Roberto Bolaño en uno de los artículos incluídos en 'Entre paréntesis')se empecinan tanto en disponer de un estilo que escriben en base a este, olvidando que un buen relato debe contener una buena historia. O muchas pequeñas buenas historias.
Millás ha creado un estilo que es también una particular percepción de la realidad. Cuando leemos sus columnas, sus cuentos, sus novelas, vemos el mundo a través de sus ojos. Al principio es sorprendente, mágico pero a la vez perfectamente plausible, porque sus palabras dislocan la cotidianeidad pero se nutren de ella, algo así como un costumbrismo mágico posmoderno. Algunas de sus columnas (por estar en contacto más estrecho con la actualidad) siguen transmitiendo esa desasosegante sensación de ensoñación febril. Con las novelas se esfuerza en depurar más y más su escritura. Tanto ha depurado en 'Laura y Julio', y es lo que más me ha chocado de su lectura, que se ha desecho de Madrid.

Madrid M 30

Madrid es una de las claves de la obra de Millás. Una parte importante de las historias de este narrador es la relación de los personajes con la ciudad y de como la ciudad condiciona el devenir de los personajes. En sus novelas siempre aparecen escenarios perfectamente reconocibles de la capital de España, como el paseo del Pintor Rosales ('Papel mojado'), el parque de Berlín ('El desorden de tu nombre') o la calle María Moliner ('Dos mujeres en Praga').
Pero en 'Laura y Julio', la ciudad en la que transcurre la historia no es identificada en ningún momento. El resto de sus constantes continúan intactas: el surrealismo, la dualidad de objetos y personas, el nihilismo. Pero ha prescindido de situar la acción en un lugar o una época. ¿Ha querido Millás darle un caracter universal a su nueva obra? Creo que es un error. El Madrid que ha retratado Juanjo en sus innumerables escritos es la perfecta traslación del que ha existido de verdad, del que existe ahora mismo. Algún día quizá Madrid se conozca a través de los escritos de Millás, aunque ahora nos parezca que su visión es solo tangencialmente cercana al lugar que habitamos. Millás es un formidable arquitecto de una ciudad falsa que, paradójicamente, es idéntica a la verdadera. Lo explica mucho mejor que yo Juan Benet en un cuento titulado 'El Madrid de Eloy':

(...) la figura elegida por la posteridad como representativa de su momento fue, las más de las veces, tan oscura que no representó nada. Sirve -en cambio- para la reconstrucción histórica del momento y en la medida en que para esa función no es posible echar mano de los protagonistas de entonces porque apenas dicen nada al oído moderno. En otras palabras el "París de Baudelaire" no fue de baudelaire, ni de kafka fue la "Praga de Kafka", ni de Wittgenstein la "Viena de Wittgenstein"; por supuesto que eran de otros que no han sobrevivido a su tiempo y que de ser de nuevo instalados en la escena y obligados a repetir su papel convertirían la historia en un cuento insulso, aburrido y nada ilustrativo, anclado en el espacio intemporal de la mediocridad.


No voy a juzgar 'Laura y Julio' (creo que lo he hecho ya). Solo desearía que Millás volviese a Madrid.

domingo, 1 de julio de 2007

Leslie Feist

Leslie Feist es un personaje contradictorio. Es una cantautora en la linea de otras grandes artistas canadienses, como Joni Mitchell o KD Lang, damas que se mueven sin reparos entre el folk y el jazz. Posee una hermosa voz capaz de pasar de un estilo a otro sin problemas. Pero Feist no parece querer habitar (siempre) el lado serio de la música popular y, aunque bebe del pop adulto, se acerca a latitudes menos 'elevadas': al pop de los 60, al soul de los 70, incluso a las guitarras de los 90.
Leslie Feist puede ser considerada una diva del pop independiente, aunque no encaje en este prototipo. Incluyó una de las canciones de su primer disco, 'Let it die' ('Mushaboom') en una campaña de Lacoste, hecho que la catapultó a las emisoras de radio de toda Europa, pero se nego a ceder un tema para un anuncio de Mcdonalds, lo que le hubiese reportado una gloria instantanea.
Cultiva una imagen de chanteuse sofisticada (ha colaborado con Kings of Convenience, vive en París...), pero en sus videos se deja llevar por sus instintos más atávicos e incluye coreografías vitalistas dignas de cualquier niñata de las que triunfan en la MTV. A pesar de que lo que le cuadra es que sus gustos cinematográficos fuesen de lo más gafapástico, le fascinan los musicales de Hollywood y no vacila en homenajearlos, como en este '1, 2, 3, 4'


Una mezcla de 'Bailar en la oscuridad' y una peli de Parchís.

Hay pocos artistas que se construyan una identidad a través de sus videoclips, además de hacerlo en sus discos. Feist es una de las pocas que lo han intentado y conseguido. Sus coreografías tienen siempre algo de absurdo, no acaban de encajar con la música que suena.


Ya sabeis lo que podeis hacer para matar el tiempo antes del embarque.

Sus coreografías se mueven en esa delgada frontera que separa los sublime de lo risible. Tampoco le hacen falta recursos enormes para hacer videos originales y llamativos.


Fiebre del sábado noche de andar por casa.

No sabemos si, al alcanzar el estrellato (es cuestión de tiempo), se cansará un poco de hacer el ridículo y cantará sentada en una silla. Mientras tanto, nos queda disfrutar con sus ensoñlaciones coloristas, graciles y un poco horteras, que nos provocan a ensayar unos pasos de baile cuando nadie nos ve.