No están bien esas campañas de fomento de la lectura. No señor, no. Es más, yo diría que son peligrosas. Son peligrosas porque, en caso de seguir sus indicaciones, el cerebro del incauto que se aventure en sus sugerencias puede sufrir daños irreparables. La mitad de la población (aproximadamente) puede dormir tranquila porque no sufrirá sus efectos en absoluto: nunca lee un libro. Total, para qué, en el metro por las mañanas están los periódicos gratuitos y el resto del tiempo, la radio, la tele, el móvil, la consola, etc.
Pero ay de aquellos pobres infelices que se fijen en la campaña de marras. Pensarán "pues hoy, en vez de leer el Qué¡ voy a leer un libro.. ¿Cuál podría leer? Jo, es que hay muchos. Si sólo hubiese dos o tres libros no sería tan difícil..."
Y aquí es donde empiezan los problemas. A ver si te crees que alguien va a coger la edición del Quijote que vendían por 2 eurillos el año pasado y se la va a leer de una tacada. Pues no, pasará dos páginas y dirá "como mucho veré la miniserie un domingo que llueva, que esto es un coñazo". Acto seguido cavilará "¿Y ese que me regalaron por Navidades, 'El código Da Vinci'? Parece más interesante." Y ya tenemos otro alma inocente irremisiblemente perdida.
Y es que está muy bien leer, pero no así a la buena de Dios.
Desde arriba intentan vendernos que con cualquier cosa que leamos nos sentiremos mucho mejor, seremos más dichosos, nuestra mente se expandirá, etc, etc. Tanto da leer la Pronto, el Marca o 'Tiempo de silencio'. Pero yo no creo que esto sea cierto. Si uno se acostumbra a leer libros mediocres (¿estoy insinuando que 'El código Da Vinci' es mediocre? Es tu imaginación) jamás se asomará a la literatura más, digamos, "seria" y podrá llegar a pensar que lo que lee es lo mejor que puede leerse. Pero no, no y no. Es como si comes todos los días hamburguesas y acabas pensando que son un manjar.
Las altas esferas politicoeconómicas fomentan este tipo de literatura facilona porque con ella hacen dinero, por mucho que digan que apoyan la cultura y demás tonterías. Pongamos por ejemplo al diario (de pago) más leído de España: El País. En su suplemento literario se pueden encontrar reseñas de los autores habituales en las listas de best-sellers, tanto españoles como extranjeros, pero como es un periódico que va de serio ha de criticar esta tendencia y poner a parir este subgénero literario de vez en cuando, no vayan a acusarnos de fomentarlo, aunque sea obvio que lo hacemos. Por eso a veces se desmarcan con algún artículo, como 'Literatura y mercado', de Juan Goytisolo, en el que el escritor catalán se despacha a gusto con la literatura de consumo masivo y reivindica una escritura más abrupta pero quizá más satisfactoria tanto como para el escritor como para el lector (si se atreve con ella). No idolatro a Goytisolo pero creo que es un autor que se esfuerza en escribir novelas que no han sido ya escritas hasta la saciedad y cuyo estilo se hace incómodo, pesado a ratos, pero el esfuerzo que cuesta adentrarse en él acaba mereciendo la pena.
Por eso las campañas de lectura son malas, o al menos, se quedan a medias. No deberían fomentarla sin más. Deberían decir a los futuros lectores que ésta es algo más que un mero entretenimiento, que requiere esfuerzo, constancia e incluso arrojo, pero que puede acabar siendo tan necesaria (y tan placentera) como respirar.
Y para despedirnos, unas palabras de la inmortal Marguerite Duras, una escritora que jamás se plegó a ningún convencionalismo y que explica esta idea mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo:
Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de la vida, el lugar común de todo pensamiento.