Todo está conectado. Releyendo la novela del escritor argentino Rodrigo Fresan, 'Vidas de santos', redescubrí un capítulo titulado 'Música para destruir mundos (un experimento)', en el que el pianista Glenn Gould habla de su (hipotético) encuentro con el creador de la bomba atómica, el doctor J. Robert Oppenheimer. En un párrafo se menciona el retrato de este científico que realizo el fotógrafo alemán Philippe Halsman, inventor de la saltología.
La vieja postal, las resignadas pupilas de la dulce Lise y, ahora, la célebre foto de Oppie modelo 1958. Oppie congelado en el aire, saltando frente a la cámara de ese fotógrafo adicto a capturar celebridades en suspensión y ajenas por unos segundos a los impostergables imperativos de la gravedad. Y estas palabras de Oppie acompañando a esa foto: "En el aire, lejos del suelo, todos son auténticos; la verdad aparece, siempre, cuando no se la puede apoyar en ningún lado".
Oppie en el aire, entonces: el índice extendido, desafiante, a los cielos y a todo lo que pueda esconderse en las alturas. Atrás, a sus espaldas, un pizarrón rebosante de fórmulas nos recuerda que, después de todo, Oppie tiene poco que ver con este mundo, con el suelo que pisamos cada mañana. Oppie y las fórmulas de Oppie prefieren ocuparse de la luz que viene de muy lejos, de otra parte antes que de nosotros quienes no somos más que la sombra que proyecta esa luz al chocar contra materia más o menos sólida, más o menos verdadera y real.
Cuando leí 'Vidas de santos' por primera vez no sabía quien era Halsman. Pero hete aquí que las navidades pasadas, rebuscando entre las ofertas de una librería, encontré 'Halsman: a retrospective', un libraco que reunía los mejores retratos de este fotógrafo.
Cuando los observé por primera vez no reparé en el del doctor Oppenheimer. Pero hete aquí que se me ocurrió releer la novela de Fresán y, cuando llegué a 'Música para destruir mundos', releí 'Halsman: a retrospective' y esa imagen se reveló como algo importante.
Como explica el mismo Fresán, Halsman gustaba de suspender a las celebridades en el aire. Pero la invención de la saltología no era un fin en si misma, era un medio para reflejar la personalidad de los retratados. Y asimismo su belleza. Y vaya si lo consiguió. Algunos de sus trabajos se han convertido en iconos del siglo XX, como las imágenes que captó de Salvador Dalí, Einstein o Marilyn Monroe.
Halsman retrató a muchas otras figuras de las artes y las ciencias, en el aire o en tierra. Entre mis imágenes favoritas: las del matrimonio Newman-Woodward, en una escena hogareña, la de los Duques de Windsor, o como la vieja nobleza conserva su elegancia cuando desafía a la gravedad, la de la cantante Eartha Kitt (¿cómo se volvió luego tan petarda?), la de Vladimir Nabokov cazando mariposas, el aire triste de Anthony Perkins inclusive en el aire o la belleza de Barbra Streisand, que se les ha escapado a muchos otros fotógrafos.
Todo está conectado. Halsman buscaba la verdad y la belleza y para ello lanzaba a sus modelos al vacío. Fresán busca la verdad (no sé si la belleza) y para ello recurre al momento en el que el fotógrafo inmortalizó al doctor Oppenheimer. Yo, que busco únicamente la belleza (buscar la verdad me parece demasiado pretencioso), los encontré a ambos. Y, por ello, me adhiero a ese culto que uno inventó y el otro dotó de la inmortalidad literaria, la saltología. Desde arriba todo se ve mucho más hermoso.