viernes, 27 de octubre de 2006

Leyendo en el metro


Leyendo el volumen de retazos de Roberto Bolaño 'Entre Paréntesis', en uno de sus artículos, titulado 'El mes de julio', me topé con el siguiente fragmento:

Es raro este mes de julio. El otro día fui a la playa y vi a una mujer de unos treinta años, guapa, con un bikini negro, que leía de pie. Al principio creí que no tardaría en echarse sobre la toalla, pero cuando la volví a mirar seguía de pie y a partir de ese instante ya no la perdí de vista. Durante dos horas, aproximadamente, leyó de pie, se acercó al mar, no se metió, dejó que las olas le mojaran las pantorrillas, volvió a su sitio, siguió leyendo, a veces dejó el libro a un lado y siguió de pie, en un par de ocasiones se agachó y sacó de un bolso una botella de Pepsi de litro y medio y bebió. Luego volvío a coger el libro y finalmente, sin hincar la rodilla en ningún momento, guardó sus cosas y se marchó. (...)

Este texto me causó un leve desasosiego por su aparente falta de lógica. Al día siguiente, en mi inevitable desplazamiento en transporte público hasta mi centro de trabajo, me pareció vislumbrar la explicación a tan extraño comportamiento: aquella mujer estaba acostumbrada a leer en el metro, espacio donde la mayoría de los lectores estamos obligados a permanecer de pie. La mujer seguramente residiría en Madrid o Barcelona, o París, o Berlín o cualquiera de las ciudades que disponen de subterráneo, y se demoraba quizá más de una hora en llegar a su lugar de destino. Por eso, durante sus veraneos en la Costa Brava, no podía deshacerse de esa costumbre. Seguramente la explicación de Bolaño fuese mucho más alambicada (o no le hubiese atribuido ningún sentido en absoluto a la escena), pero al vivir en Blanes, seguramente él no cogía mucho el metro y por lo tanto, no leía de pie. En un cuento llamado 'La playa', que aparece en otro apartado del libro, el escritor regresa a este personaje:

A veces esta mujer me deba miedo, me parecía excesivamente rara, pero la mayoría de las veces solo me daba pena.

Es verdad que es una imagen que da miedo, el metro por la mañana, un grupo de personas solas en un vagón, mal encaradas, sin dirigirse la palabra entre ellas, concentradas en su libro o en sus pensamientos, la mayoría hurañas, algunos hasta iracundas. Pero da pena también, los viajeros contra su voluntad, agarrándose a cualquier saliente con una mano y sosteniendo precariamente el libro con la otra (cuando queda espacio suficiente para sacar el libro).
Pero a lo mejor la imagen de esa mujer leyendo de pie no tiene nada que ver con el metro. A lo mejor no tiene nada que ver con nada. Si alguna vez me encuentro a esta enhiesta lectora, no pienso preguntarle el por qué de su pintoresca costumbre. Espero haber errado en mi teoría: las mejores historias, como demuestra Bolaño, son aquellas que no parecen tener explicación.

2 parlamentarios:

Anónimo dijo...

se podría escribir un cuento genial con esa idea que das sobre esos lectores subterráneos que siguen con su inercia de leer de pie allá donde van
¡por suerte yo tengo cabeza de línea y voy sentada jejejejee!

Anónimo dijo...

Qué morro¡¡Os odio a todos, cabeceros¡¡Si fuese Bolaño escribiría un gran cuento, pero...