martes, 18 de abril de 2006

La noche del lector (I)

La Comunidad de Madrid, organismo por el que no siento ninguna simpatía, nos trae la Noche de los libros, serie de actividades que pretenden que creamos por una noche que la literatura es algo importante. Pero una vez más los protagonistas serán los literatos invitados a tan magno evento. Por ello propongo una alternativa, la Noche del lector, en la que pasemos de las decenas de superinteresantes encuentros y nos quedemos en casita leyendo, que de eso se trata. Por mi parte puede que acabe ignorando mis propios consejos, como casi siempre, y acuda a la proyección de "Farenheit 451", pues quiero escuchar a todo trapo la maravillosa música de Bernard Hermann y me pilla cerca de casa. Esta obra de Truffaut es una de las declaraciones de amor a la literatura más intensas que se hayan realizado jamás. La secuencia de los libros reducidos a cenizas es casi dolorosa. Celebremos este estupendástico Día del Libro con unos fragmentos que en el futuro pueden haberse perdido irremisiblemente por culpa del fuego de estos siniestros bomberos y que alcanzan la fatídica temperatura en esta película:

"Madame Bovary" (Gustave Flaubert)
Emma llevaba una bata de casa muy abierta, que dejaba ver entre las solapas del chal del corpiño una blusa plisada con tres botones dorados. Su cinturón era un cordón de grandes borlas, y sus pequeñas pantuflas de color granate tenían un manojo de cintas anchas, que se extendía hasta el empeine. Se había comprado un secante, un juego de escritorio, un portaplumas y sobres, aunque no tenía a quién escribir; quitaba el polvo a su anaquel, se miraba en el espejo, cogía un libro, luego, soñando entre líneas, lo dejaba caer sobre sus rodillas. Tenía ganas de viajar o de volver a vivir a su convento. Deseaba a la vez morirse y vivir en París.

"Lolita" (Vladimir Nabokov)
Si pedimos a un hombre normal que elija a la niña más bonita en una fotografía de un grupo de colegialas o girl scouts, no siempre señalará a la nínfula. Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo, para reconocer de inmediato, por signos inefables -el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado- y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas me prohíben enumerar al pequeño demonio mortífero ignorante de su fantástico poder.

Mañana, más fragmentos ardientes. Leed mientras nos dejen.

1 parlamentarios:

Anónimo dijo...

¿Pero es que no hay películas o miniseries de los libros expuestos? Piensan algunos. Ellos se lo pierden. Ni siquiera Kubrick en su estupenda adaptación de Lolita ha podido conseguir que se repitan en mí las sensaciones y la fascinación de saber que el tío que escribió aquello lo hacía en una lengua que no era la suya. No creo que fuera el traductor que se extralimitara en su labor. Tampoco hay que quitarle mérito a las adaptaciones, todo lo contrario. Aparte del guión está el trabajo interpretativo, dirección artística, iluminación, música y la que supone la mayor de las limitaciones: el tiempo. Volviendo a la literatura, cuesta pensar que hoy en día tengamos tantísimos bodrios en forma de libro en las estanterías. Alguno que otro sí que tiraba yo a la hoguera. Cuánto árbol desperdiciado. Y cuántos otros que fueron ejecutados por una buena causa. También es cierto que con una peli sólo pierdes dos horas, pero con un mal libro... como para que no te guste Los hermanos Karamazov (cosa poco probable).