Después de una época de economía de guerra, vuelvo a comprar los coleccionables del periódico. Después de un periodo convulso, en el que no he podido evitar saltarme mis viejas costumbres, vuelvo a ellas lentamente. Vuelvo a ver películas los fines de semana después de comer, una de mis rutinas favoritas. Aunque en distinta compañía (sigo intentando imbricar mis hábitos con los de mi nueva y flamante compañera de piso) vuelvo al cine de autor y al Hollywood clásico en la sobremesa de los sábados y los domingos.
Este domingo tocaba uno de los documentales que ofrecía El País, 'Los espigadores y la espigadora', firmado por la Dama de la Nouvelle Vague, la gran Agnes Varda. La Varda vuelve a los temas y personajes que ya retrató en cierto modo en 'Sin techo ni ley'. La película comienza con el cuadro de Millet, 'Des glaneuses', continúa con la definición de espigador y retrata las ajadas manos de la espigadora, a un viticultor que fue un pionero del cinematógrafo, un viaje a Japón, camiones en ruta, un mercado bajo las vías del metro en París, patatas en forma de corazón, un reloj vacío, a la esposa de un filósofo, el baile de la tapa de un objetivo, a un matrimonio que posee un bar en una ciudad francesa de provincias...
La cinta pretende ilustrar el hábito de espigar (incluso recogida en el código penal galo), que originariamente era la recolección de los frutos sobrantes de un campo de cultivo una vez su legítimo propietario los ha cosechado. Este epíteto se aplica aquí no solo a los alimentos, también a los objetos y, por supuesto, a las imágenes. Varda reune así una colección de estampas que permanecen en los márgenes de la realidad inmortalizada en las películas, despreciadas por todos menos por la espigadora del título.
A modo de conclusión, finalizan con la expedición al cavernoso almacén de un ignoto museo en el que se guarda un cuadro, 'Las espigadoras huyendo de la tormenta', de Pierre Edmond Hedouin, que parece querer contraponerse al cuadro mostrado inicialmente. Las espigadoras aquí están erguidas y muestran orgullosas su carga. Del mismo modo, la Varda se endereza de nuevo a pesar de su edad y adquiere valor para enfrentarse a la negra muerte, que parece quedarle próxima. La cineasta nos dice: un relámpago puede animar de nuevo vuestra laxa fuerza de voluntad, como a las espigadoras, un relámpago puede iluminar el resto de vuestro camino.
La directora volvió a los espigadores dos años después, pero yo no necesitaré ver la secuela del documental para volver a ellos: después de un periodo de preocupante pereza vuelvo a leer libros antes de dormir. Esa misma noche, hojeando 'The Art Book', un hermoso libraco de mi compañera de piso, me doy de bruces con 'Des glaneuses', de Millet, y todo vuelve otra vez: las ajadas manos de la espigadora, el viticultor que fue un pionero del cinematógrafo, el viaje a Japón, camiones en ruta, el mercado bajo las vías del metro en París...
Este domingo tocaba uno de los documentales que ofrecía El País, 'Los espigadores y la espigadora', firmado por la Dama de la Nouvelle Vague, la gran Agnes Varda. La Varda vuelve a los temas y personajes que ya retrató en cierto modo en 'Sin techo ni ley'. La película comienza con el cuadro de Millet, 'Des glaneuses', continúa con la definición de espigador y retrata las ajadas manos de la espigadora, a un viticultor que fue un pionero del cinematógrafo, un viaje a Japón, camiones en ruta, un mercado bajo las vías del metro en París, patatas en forma de corazón, un reloj vacío, a la esposa de un filósofo, el baile de la tapa de un objetivo, a un matrimonio que posee un bar en una ciudad francesa de provincias...
La cinta pretende ilustrar el hábito de espigar (incluso recogida en el código penal galo), que originariamente era la recolección de los frutos sobrantes de un campo de cultivo una vez su legítimo propietario los ha cosechado. Este epíteto se aplica aquí no solo a los alimentos, también a los objetos y, por supuesto, a las imágenes. Varda reune así una colección de estampas que permanecen en los márgenes de la realidad inmortalizada en las películas, despreciadas por todos menos por la espigadora del título.
A modo de conclusión, finalizan con la expedición al cavernoso almacén de un ignoto museo en el que se guarda un cuadro, 'Las espigadoras huyendo de la tormenta', de Pierre Edmond Hedouin, que parece querer contraponerse al cuadro mostrado inicialmente. Las espigadoras aquí están erguidas y muestran orgullosas su carga. Del mismo modo, la Varda se endereza de nuevo a pesar de su edad y adquiere valor para enfrentarse a la negra muerte, que parece quedarle próxima. La cineasta nos dice: un relámpago puede animar de nuevo vuestra laxa fuerza de voluntad, como a las espigadoras, un relámpago puede iluminar el resto de vuestro camino.
La directora volvió a los espigadores dos años después, pero yo no necesitaré ver la secuela del documental para volver a ellos: después de un periodo de preocupante pereza vuelvo a leer libros antes de dormir. Esa misma noche, hojeando 'The Art Book', un hermoso libraco de mi compañera de piso, me doy de bruces con 'Des glaneuses', de Millet, y todo vuelve otra vez: las ajadas manos de la espigadora, el viticultor que fue un pionero del cinematógrafo, el viaje a Japón, camiones en ruta, el mercado bajo las vías del metro en París...
4 parlamentarios:
Esas agradables y sorprendentes coincidencias.
Siempre me dio mucha envidia las mujeres con un apellido que, anteponiéndoles "La", tienen un epíteto tan potente: "La Loren" "La Varda". Comentario tontín entre tanta sapiencia como la que destila el post.
Sapiencia, sapiencia... Amor incondicional por La Varda y poco más. Te echaba de menos por aquí, Mila.
La "Mila" ha estado dando una vuelta por underworld, pero he vuelto sana y salva, aunque menos cuerda...
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