martes, 15 de enero de 2008

Hipotecas o "Ojala tuviera yo una pata de mono"

Algunos relatos (los mejores, supongo) son capaces de permanecer en el imaginario colectivo durante eones. Algunos sufren variaciones a lo largo de los siglos pero, en esencia, continúan siendo los mismos. El cuento del objeto mágico que concede tres deseos a quien lo encuentra recorre como un interminable tendido eléctrico la literatura universal casi desde su inicio. Una de las versiones más conocidas es la de 'La pata de mono', una breve narración del escritor inglés W. W. Jacobs que se publicó en los albores del siglo XX. La pata disecada de un mono es el bizarro artefacto por el que su portador verá realizadas sus más descabelladas fantasías. Pero ya lo advertía Kitty Pryde en el antológico Excalibur 13, "como en un cuento de hadas, todos estamos dotados de poderes mágicos, por lo que todos pagamos un precio". ¿Cuál es el precio por usar la magia de esta extremidad cuyos dedos se van plegando a medida que va concediendo deseos? Un precio exhorbitado, tan exhorbitado como lo que cuesta un piso en el centro de la capital de España.


Algunos relatos no solo apelan a miedos o deseos que están presentes en la mente de todos, sino que se pueden trasladar sin apenas esfuerzo a la actualidad. Cuando volví a leer el cuento de Jacobs lo encontré inquietantemente contemporáneo. La pata de mono le cae en suerte a un hombre feliz, que no desea nada en especial. Pero su hijo le convence para que desee librarse de la hipoteca. Que levante la mano el que, a pesar de que pueda afirmar que es moderadamente feliz, no le pediría a una pata de mono, a una lámpara maravillosa o a una estampita de San Judas Tadeo, que le arreglase las cuentas pendientes con el banco.
Los guionistas de cine no deben ser unos lectores concienzudos, porque si no, habrían descubierto el potencial de este historia que, trasladada, por ejemplo, a un barrio cualquiera de Madrid, daría lugar a un film de terror psicológico con trasfondo social. Que busquen en su cabeza porque el imaginario colectivo también les pertenece a ellos.
Otros guionistas, más espabilados quizá, los de Los Simpson, ya recurrieron a este relato para uno de sus inconmensurables especiales de Halloween, en el que Homer, después de conseguir con sus deseos que la tierra sea invadida por extraterrestres abiertamente hostiles, le regala la mano de mono a su vecinito Flanders, que la usa para realizar unos espectaculares arreglos en su vivienda sin necesidad de recurrir a los albañiles o al catálogo de Ikea. Cuando Homer observa el flamante chalé de su vecino, exclama "Ojala tuviera yo una pata de mono".

3 parlamentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo haber leído el relato hace mucho. Siempre se lo atribuí a Poe.
Es difícil apreciar lo que se tiene. Pero más no echar en falta lo que no, sobre todo cuando son cosas prescindibles. Mundo de locos.

Palomares dijo...

Ostras, qué bien pensado lo de la película.
Me pongo a ello, ¿vamos a medias?

Luisru dijo...

Palomares: vamos a medias. Mándame un borrador y yo lo corrijo.
Lluvia: como no pago hipoteca (de momento) la considero completamente prescindible.