En el principio fue Carlota, un nombre que siempre me ha gustado aunque todo el mundo me dijese que es de niña pija. Carlota se convirtió para bien o para mal en el trasunto de mi mujer ideal e idealizada, como la Beatriz de Dante o la Sylvia de Guerín. Carlota estaba claro que no era ultraterrena, que no podía ser humana, por eso intenté llamar Carlota a mi gata pero no me dejaron. Después vino 'Amuleto', la novela de Bolaño en la que la protagonista, Auxilio Lacouture, una uruguaya que vive en México D.F. y pasea por los jardines de Carlota y Maximiliano. Aunque yo no sé mucho de México enseguida comprendí que ese Maximiliano era el Emperador Maximiliano I de México, lo fusilaban en un cuadro de Manet, un monarca absoluto en un país que parecía no tolerar esta clase de gobernantes y de hecho no lo toleró mucho tiempo. Pero, ¿de donde salió este Maximiliano y su esposa de encantador nombre?
Esto no me lo pregunté cuando leí la novelita de Bolaño, pues olvidé al fugaz Emperador de México, sino tiempo después, cuando viajé a Viena y visité el Schonbrünn, el palacio de verano de Maria Teresa y después de Sissi y Francisco José, que era hermano de, nada más y nada menos, ¿lo adivinan ustedes?, Maximiliano de México, por lo que era cuñado de la emperatriz Carlota.
Flaubert decía que un escritor no elige sus temas: los padece, Rodrigo Fresán dice que no hay que escribir sobre lo que a uno le gusta sino sobre temas que se aparecen algo así como fortuítamente. Por eso, me pareció que había algo que me predestinaba a pensar sobre, a escribir sobre Maximiliano I, el personaje más fascinante de aquella corte vienesa que hemos visto recreada en dramas románticos en tecnicolor protagonizados por Romy Schneider.
El otro día estábamos Anita y yo en el Museo del Prado, visitando la exposición 'El Siglo XIX', Anita me propuso un juego: con su guía en la mano me pidió que eligiera un cuadro de cada sala y ella me leería la descripción. De una de las salas elegí el retrato de una mujer, noble por su porte pero vestida sin lujos, una mujer que resultó ser Concepción Miramón de Fortuño, inmortalizada por Vicente Palmaroli, hija del General Miguel Miramón, que fue fusilado en 1867 en México junto a... Maxiliano I.
Seguiré intentando organizar encuentros casuales con esta figura histórica, a la que sobrevivieron su esposa Carlota y su hija, la suma de todas las cosas, Carlota Maximiliana, a la que conoceré de forma más detallada, seguro, tarde o temprano, es el destino.
Esto no me lo pregunté cuando leí la novelita de Bolaño, pues olvidé al fugaz Emperador de México, sino tiempo después, cuando viajé a Viena y visité el Schonbrünn, el palacio de verano de Maria Teresa y después de Sissi y Francisco José, que era hermano de, nada más y nada menos, ¿lo adivinan ustedes?, Maximiliano de México, por lo que era cuñado de la emperatriz Carlota.
Flaubert decía que un escritor no elige sus temas: los padece, Rodrigo Fresán dice que no hay que escribir sobre lo que a uno le gusta sino sobre temas que se aparecen algo así como fortuítamente. Por eso, me pareció que había algo que me predestinaba a pensar sobre, a escribir sobre Maximiliano I, el personaje más fascinante de aquella corte vienesa que hemos visto recreada en dramas románticos en tecnicolor protagonizados por Romy Schneider.
El otro día estábamos Anita y yo en el Museo del Prado, visitando la exposición 'El Siglo XIX', Anita me propuso un juego: con su guía en la mano me pidió que eligiera un cuadro de cada sala y ella me leería la descripción. De una de las salas elegí el retrato de una mujer, noble por su porte pero vestida sin lujos, una mujer que resultó ser Concepción Miramón de Fortuño, inmortalizada por Vicente Palmaroli, hija del General Miguel Miramón, que fue fusilado en 1867 en México junto a... Maxiliano I.
Seguiré intentando organizar encuentros casuales con esta figura histórica, a la que sobrevivieron su esposa Carlota y su hija, la suma de todas las cosas, Carlota Maximiliana, a la que conoceré de forma más detallada, seguro, tarde o temprano, es el destino.
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