Anita y yo hemos decidido poner toda la carne en el asador de una vez por todas. Por ello, a partir de ahora nos pondremos en serio a ahorrar y buscar un piso. Nada de lujos. Ni salir de copas, ni comprarse caprichitos, no sacar ni un euro del banco. O por lo menos eso fue lo que decidimos la semana pasada. Claro que el sábado fuimos al teatro. Me da a mí que la consecución de nuestras planes va para largo. Como siempre. Pues bien, el caso es que fuimos a ver 'La casa de Bernarda Alba', en un montaje que viaja desde el teatro más importante de Pamplona, el Gayarre hasta el Español, ese sitio tan bonito y tan público donde se ha montado un follón por culpa de Pepe Rubianes. Cuando llegamos, aparte de un calor insoportable, el telón estaba levantado y Bernarda rezaba el rosario, con sus hijas sentadas a su alrededor. De vez en cuando, la abuela aparecía correteando en segundo plano. El decorado era un simple código de barras. Era extraña aquella repetición incesante de la letanía de Bernarda, coreada por sus hijas, mientras el público se sentaba. Pero la intención era clara: advertir al espectador de que aquel hogar está regido por la monotonía, que todos los días eran para sus habitantes iguales entre sí. El despojar a la obra de cualquier identificativo que pueda enmarcarla en algun momento o lugar concretos realza el caracter universal de su argumento y personajes. Después del impactante final (que no voy a desvelar, ni siquiera a aquellos que conozcan el texto) queda la sensación de que estos hechos pueden ocurrir en cualquier casa, que todas las casas son la casa de Bernarda Alba. ¿Todas? Noooo. Como ya he dicho, nos hemos puesto a buscar piso. Bernarda Alba tiene cinco hijas, más su madre loca a la que encierra en un cuarto para que no le estorbe. Por lo tanto, su casa tiene que tener por lo menos una habitación. Los estudios están descartados. Se supone asimismo que no duerme en la misma habitación que sus hijas, por lo que también podemos borrar de la lista los apartamentos. ¿A que conclusión llegamos? A que ni Bernarda ni su familia hubiesen habitado jamás en un zulito de esos que ahora están tan de moda y que será a lo máximo que podremos aspirar un Anita y un servidor. Luego, por mucho que Lorca se propusiese ser universal, tan seguro como el pecado que no lo consiguió. Si es que la humanidad está condenada a vivir con sus padres hasta los 40 (con suerte).
jueves, 14 de septiembre de 2006
El zulo de Bernarda Alba
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