jueves, 31 de agosto de 2006

El fin de un verano superheróico

El periódico, en verano, es peor, si cabe. Sus mandamases deben creer que el calor sobrecarga las neuronas y, siempre pensando en el bienestar de sus lectores, se deshacen de toda la información que pueda hacernos pensar y nos facilitan el paso por esta árida estación con contenidos que no nos hagan sudar más de lo que lo hacemos. En El País este año se están superando a sí mismos. Como de costumbre, la sección de cultura (totalmente prescindible) es sustituida por la 'revista de agosto', un compendio de artículos a cada cual más vacuo. Hace un par de días, el reportaje estrella se titulaba 'Superhéroes en el lado oscuro', perpetrado por un tal Abel Grau. Confieso que desconocía a tan augusta firma, pero me atrevo sin rubor en la categoría de gafapastas recalcitrantes que tanto abundan en las páginas de este diario. Es una joya, un texto totalmente transgresor. El autor, consciente de que durante este mes nadie va a leer sus tonterías, realiza un canto a los superhéroes que no tendría cabida en otra estación, en el que se permite el lujo hasta de inventarse palabras. Total, el editor también está de vacaciones. Incluye párrafos tan oscurantistas como este:

El superhéroe, si malo, dos veces bueno. El mejor, el que no tiene escrúpulos, el que tiene un lado ácrata, incontrolable, capaz de subvertir las normas para aplastar a los malos. Es el ídolo de la generación Grand Theft Auto (el videojuego), tal como la ha definido la revista Variety, unos jóvenes acostumbrados a modos expeditivos.

¿Soy yo o la última frase no tiene sentido? Pero lo mejor está por llegar:

¿Superhéroes con neurosis? Cuando Alan Moore y Dave Gibbons publicaron la miniserie Watchmen en 1986, desmantelaron el arquetipo de superhéroe. Hasta entonces, el modelo era Superman, encarnación de la probidad y campeón de una pieza. En Watchmen, los superhéroes no tienen superpoderes (excepto uno, el Dr. Manhattan), se cuestionan qué les autoriza a erigirse en protectores de la humanidad y están obsesionados con averiguar cuál es el sentido de lo que hacen. Se acaba el carácter estrictamente asertivo del personaje y entran en escena los problemas psicológicos de la persona.
La acción se sitúa en un universo paralelo en el que la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética está a punto de ebullición. Los superhéroes hace tiempo que han sido prohibidos por la ley y se han retirado. Entonces uno de ellos es asesinado y sus colegas vuelven para resolver el caso, porque temen que sea el primer paso para acabar con todos ellos. Rorschach, un detective con problemas mentales, sigue la pista y contacta con sus ex compañeros Búho Nocturno, Silk Spectre, el Dr. Manhattan, un ser casi todopoderoso fruto de un accidente nuclear, y Ozymandias. Uno de ellos es un traidor con planes maquiavélicos para evitar el inminente conflicto atómico y conseguir una nueva utopía.
Moore se adentra en la naturaleza del superhéroe y localiza cierta veta fascista en su comportamiento. Los encapuchados suelen saltarse a la torera la ética e incluso la ley en aras de un supuesto bien que ellos representan. Rorschach justifica el comportamiento de su compañero, el comediante, culpable de violación, aduciendo que fue sólo "un lapsus moral". Ozymandias es un multimillonario narcisista y megalómano que se considera una especie de heredero del faraón Ramsés II. Su sueño: cambiar el mundo. El precio: cueste lo que cueste, vidas inocentes incluidas.
Moore aplicó su escalpelo desmitificador y abrió en canal el cerebro de Batman en La broma asesina, un título seminal imprescindible, magistralmente ilustrado por Brian Bolland. Allí reveló lo cerca que estaba el hombre murciélago del demente Joker.
El avispado Tim Burton vio que allí y en El señor de la noche, de Frank Miller, estaba cifrada la psique del superhéroe contemporáneo. Su Batman de 1989 quebró las expectativas del público, que estaba acostumbrado a la simpatía medioautoparódica del Superman de Richard Donner. Desde entonces, el gris ha demostrado ser más atractivo que los colores puros. Prácticamente todos los superhéroes de cine recrean el patrón del Batman oscuro e inestable de Burton. Desde Spiderman a Lobezno, pasando por Hellboy, todos son tipos en combate constante no sólo con los supervillanos de turno, sino también contra sus propios demonios internos, mucho más insistentes.


¿Encarnación de la probidad? ¿Campeón de una pieza? A no ser que se trate de un muñeco articulado. Pero hay más: ¿carácter estrictamente asertivo? ¿Y qué coño quiere decir "título seminal imprescindible"? La traca final es "simpatía medioautoparódica". ¿Existe la palabra medioautoparódica? Si alguien tiene pruebas, me las remita.
Menos que hoy se acaba agosto y volveremos a las naderías de costumbre. Si alguien tiene depresión posvacacional, que piense que, además, nos libramos de Juanjo Sáez y sus insoportables viñetas, o como usar un espacio en el periódico más leído de España durante un mes para no decir absolutamente nada. Y encima sus dibujachos son feos. Al menos no soy el único que piensa esto. Fin.

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